viernes, 19 de agosto de 2016

Dalias

Esas dalias que te despiden en la mañana con solo botones,
           y te saludan en la tarde con flores que parecen soles.

Y muchos todavía siguen buscando a Dios en los templos…

jueves, 21 de julio de 2016

Perdición

—Creo que cuando estás en tu juicio ni me gustas ni me llamas la atención…, pero cuando estás borracho, bien que me atraes.

Y, desde entonces, siempre llegaba ebrio a visitarla.

martes, 19 de julio de 2016

Niños libertadores

—Papá, yo tengo una idea.
—¿Cuál es tu idea, mijo?
—Pídele perdón a los policías… para que ya te dejen salir.
No pudo responder. Únicamente las lágrimas brotaron de sus ojos.

Niños y profesiones

Mamá…, yo quiero ser doctora: quiero escuchar el corazón de todas las personas.

Cielo para niños

—Le vamos a hacer una misa a tu tío.
—Mamá, ¿irá a bajar del cielo?
—Sí, hija. Va a bajar.
—¿Y podrá regresar de nuevo?… Seguro está muy bien agarrado para no caerse.

jueves, 14 de abril de 2016

Boleador y lluvia

Aunque hoy ha sido un gran día, anda por las calles cabizbajo. Uno podría decir que luce agobiado, él va disfrutando: cierra los ojos, respira hondo, camina despacio y se concentra en sentir el aire.

El ruido en la plaza logra distraerlo, abre los ojos y ve unos zapatos empolvados. Alza la mirada: unos sentados en los jardines, otros yendo hacia diversas partes, otro más, trabajando. De entre los boleadores, todos ávidos de encontrar zapatos en los pies de tanta gente que ahora solo usa tenis, encuentra a un anciano que no mira los pies, sino los rostros, y que se apacigua con ello.

—¿Cuánto por el servicio de boleo?
—Quince pesos, joven.

Con esmero, el hombre comenzaba desatando y quitando las agujetas, lavando el calzado, engrasándolo… Mientras tanto, platicaba con sus amigos, esos que bajan desde el barrio únicamente para conversar de lo mismo cada cinco minutos —porque, de hecho, el servicio se prolongó más de quince minutos, la dedicación fue tanta, que la paciencia no solo era opción, sino el único recurso—. Los ancianos solo deseaban convivir, sentados en la jardinera, todos viendo pasar a la gente, viendo pasar el tiempo.

Caen un par de gotas, sendas para el cliente y para el boleador.

—Lloverá, ¿se estropearán los zapatos?
—Estos zapatos quedarán tan bien presentados, que quién sabe cuándo lo vuelva a ver. Qué bueno que va a llover, ya hacía falta.
—¿Por qué?
—Hacía falta porque la lluvia lava la ciudad, lava las calles, crece lo verde, nos lava a nosotros, nos limpia: nos quita tanta enfermedad.

El señor ataba las agujetas, guardaba el material y se ponía de pie.

—Está servido.

La lluvia aumentaba su densidad, la gente corría, las tiendas cerraban. Él se lavaba.

viernes, 1 de abril de 2016

Cómo decir “gracias”

Cuando queremos decir la palabra “gracias”, fonéticamente se escucha como /gras(e)s/. Por ese motivo, para poder ser claros al pronunciarla, uno debe forzar las comisuras de los labios a extenderse para que los sonidos de la i y de la suenen claro, de tal manera que pareciera que sonreímos a nuestro interlocutor.

Eso es mérito para uno porque, además de ser cortés por el mismo hecho de agradecer, nos toman por gentiles y agradables, lo que conlleva a una sutil preferencia por nosotros.

jueves, 3 de marzo de 2016

Gran reino pequeño

Durante las primeras horas de la tarde hay un sol tan radiante que hasta juraría que todo a la vista no podría ser más claro. Todo aparece magnífico a la vista: una iglesia con una fachada blanca y reluciente, que diría yo es toda hecha de mármol, de no saber antes que está compuesta sin embargo de cantera; frente a ella, una cebra peatonal, ya desgastada, pero con unas manchas amarillas saturadísimas e iluminadísimas, que el contraste con el pavimento negro las hacía ver intencionalmente dibujadas de esa manera; un árbol asomándose por el filo de una barda desde el interior de una propiedad, cuyo follaje, manchado por la contaminación del constante tránsito vehicular, aparecía con un verde intensamente vivo, irguiéndose a lo alto, como queriendo alcanzar el totalmente limpio e inmenso cielo azul.

Al cruzar la calle y andar en la banqueta, se pierde repentinamente la claridad de lo visible y se adentra en una sombra profunda, que da la ilusión de pasar a un lugar distinto del que se caminaba. Se ofusca la vista, pero vuelve a la normalidad al pasar el encandilamiento. Un establecimiento de revistas extendido a más de lo que el puesto ocupaba en cuanto a espacio era lo que producía el refugio a tan incesante luz solar. Tablas sobrepuestas en cubetas y lazos de cuatro metros son improvisados como mostradores para su mercancía. Sobre el apartado de manualidades, una radio portátil empolvada haciendo sonar una melodía de algún tenor que seguramente no conozco; un poco más allá, un cenicero con contenido desbordando sobre los periódicos; y, al fondo, un señor corpulento, más bien gigantesco porque, incluso sentado, alcanzaba la estatura de quien está de pie. Su antebrazo derecho recargado sobre el muslo, y su pesada mano izquierda, sosteniendo un cigarrillo, difícil de notar por el grosor de sus dedos, recargada sobre la rodilla; una mirada atenta, penetrante, esperando alguna acción, pendiente, pero amenazadora según como la descifra el observado.

El tenor realiza un falsete, el viento sopla y la sombra fresca congela el aire, la mirada obstinada… todo crea tensión y el conocimiento de que ese espacio no es de cualquiera, sino del que posee su atmósfera tan acondicionada ocasiona que se advierta el tiempo de abandonar: salir a luz dura que invisibilizará todo aquello que dentro de la sombra se encuentre.