viernes, 7 de diciembre de 2012

No es que quisiera recordar

Helo allí, yaciendo sobre su lecho, echado sobre su costado izquierdo, mirando fijamente… hacia la nada…, hacia sí mismo: sus recuerdos. No es que quisiera recordar, sólo quería dormir y ya no saberse solo o abandonado, que, para el caso, es lo mismo. No es que quisiera recordar, sólo no paraba de pensar en el mar de circunstancias que lo llevaron a ese punto, a su soledad inmensa—porque, para algunas mentes, la inmensidad tiene límites y lapsos—. No es que quisiera recordar, sólo no puede evitar añorarla.

     Helo allí, pensando en que los escritores de todas las canciones que escuchaba hubieron, en su momento, pensado en ella también. Sólo quería que esa voz que extrañaba tanto le dijera que todo estaría bien, que todo seguiría como antes, mejorando. No es que quisiera recordar, sólo quería sentirse protegido entre sus brazos, pudiendo dormir con toda tranquilidad de saber que así se hundiría en la inmensidad de su amor. No es que quisiera recordar, pero anhelando eso, pensaba en cuánto amor él hubo creado en el momento de abrazarla, queriendo que nunca nada ocurriera, perdiéndose en la inmensidad de amor que existía mientras era consciente de que velaba sus sueños. Pero, como dije antes, para algunas mentes… la inmensidad tiene límites y lapsos.

sábado, 27 de octubre de 2012

Destruyendo y creando opiniones

Otro día de clases, otro día normal… Ella miraba al grupo, perdiendo el interés constantemente, haciendo foco asiduamente en distintas direcciones. En realidad había alguien en quien sí tenía interés, pero ella no lo quería aceptar, así que intentaba atribuirle interés a otras personas, pero, por más que quería, no lo lograba.

—Hola —dijo él, quien siempre, sin querer, lograba aparecer de repente sin que ella lo notara—. ¿Puedo hacerte compañía? —La pregunta fue hecha por mera cortesía, pues él, habiendo tomado la decisión, ya estaba sentándose a su lado—.
—Deja de hacer eso. Sabes que me molesta que hables sin que me dé cuenta de que te has acercado.
—¿Entonces qué?, ¿quieres que alguno de mis lacayos te anuncie mi llegada cuando esté en camino?

Ella lo miró como con desprecio, pero en realidad fue el primer gesto que se le ocurrió hacer como respuesta a lo que él dijo; no sabía si reír o no, pues en el fondo esos comentarios sí le causaban gracia.

Entre ellos, de manera no consciente, se manifestaba una competencia de egos: ella demostraba un tanto su repudio hacia él porque no toleraba que alguien fuera «arrogante», también demostraba un tanto su aceptación hacia él porque, aunque sólo los tontos son los que suelen ser arrogantes, él, por alguna razón, no lo era, sino que daba señales de ser muy interesante y muy inteligente también. Siempre ocurría algo que cambiara las cosas; por ejemplo, si a ella él le empezaba a parecer una excelente persona, él decía un comentario altanero, que usualmente solía ser acerca de la inteligencia de las personas; si él todo un día se mostraba irritante, repentinamente sorprendía con muestras de buenos modales y cortesía.

«¿Te gusto?», le escribió él en una nota. «Desgraciado. ¿Qué se cree? Ya se había tardado, sólo vino a fastidiarme el maldito», pensaba ella mientras respondía la nota. «¡Ja! ¿El que se cree guapo no vino?». Ella esperaba una respuesta a lo que le había respondido, quería ver cuál era la intención de él al querer molestarla; «él siempre tiene una intención al fastidiar a la gente», solía pensar ella al observarlo con otras personas. No obstante, al mirarlo atentamente, observó que él, al leer la nota, arqueó la ceja, respiró profundo y se levantó de aquel asiento. Ella lo vio alto y notó que ya no la voltearía a ver. Cuando él estuvo por dar su primer paso para irse, ella por alguna razón supo que si lo dejaba ir, se podría arrepentir, así que cuando pudo darse cuenta, tenía ya sus manos agarrando la manga de su saco. Él se detuvo sorprendido, se sonrojó sin perder la postura, y, sin mirarla, ocupó nuevamente el asiento. Ella giró el papel y apuntó con la mano temblorosa: «Sí, me gustas». Ella lo observó mirando la nota por varios segundos, pensó otra vez que él sólo vino a molestarla y había logrado lo que quería con esa respuesta; en realidad, lo que pasaba por la mente de él era alegría y temor combinados: se estaba dando el valor para decirle algo importante…

Comenzó a escribir y ella curiosamente pudo leer las primeras palabras: «Te propongo lo siguiente…». Al leer tales palabras, ella sospechó que sería algo muy interesante y decidió esperar a que terminara de escribir su idea y mientras no pudo evitar observarlo. «Siempre tiene esa maldita mueca en la boca: no sé si estará molesto y siempre por eso busca hacer lo que suele hacer o si estará sonriente por la misma razón», comenzó a divagar mientras él parecía titubear al son de su escritura. Él le entregó la nota y la observó fijamente. «Te propongo lo siguiente —decía la nota—: te propongo la facilidad de descubrir cada uno de mis defectos», ella sonrió, pensando que leía una misiva atascada de soberbia, «si tú, a cambio, me dejas contar cada una de tus virtudes». Ella se sorprendió sobremanera, apenas iba a pensar qué responderle cuando vio su mirada, que no era la usual, la retadora; era más bien como expresiva, sí…, expresaba cariño. Ella estaba a punto de escribir, cuando él le susurró:

—Te propongo que nos amemos…

martes, 4 de septiembre de 2012

Mi ruta y mi rutina

Acabo de notar que existe una rutina cuando llego a mi fraccionamiento. Siempre que desciendo del transporte público, al esperar que avance el vehículo para cruzar la avenida, respiro hondo —quizás para inyectarme de energía, tal vez positiva, y llegar de buenas a mi casa—, enderezo mi torso y me dispongo a disfrutar el corto tramo que tengo que caminar. Cuando hago mi acción, que de hecho ya es de rito, una joven se me queda viendo, siempre la misma. Antes pude haber pensado que era por casualidad, por dejar escapar su mente de la prisión en la que se encuentra su cuerpo dentro de un objeto que reúne a tantas personas como si fueran sardinas, por curiosidad o por que le llamara la atención los movimientos un tanto exagerados que hube hecho en esos momentos… Pero qué raro, hoy descubrí que me observa, sentí su mirada siguiendo todos mis ademanes, la vi y no me quitaba la mirada de encima. Me da pudor. Si supiera que no me interesa devolverle las miradas, ni el interés ni siquiera tantito tiempo. Chistoso que lo diga yo, pero mis miradas serán sólo para una persona, el interés también y lo mismo con mi tiempo… Ja, me enamoré. Aymé que no me reconozco.

miércoles, 4 de julio de 2012

Lo mismo daría

Yo sólo espero que el día en que me acabe de decepcionar de la vida, cuando sienta el corazón tan oprimido que no aguante las ganas de llorar, cuando no haya ni una sola persona que, si no hacerme sonreír, pueda provocarme al menos una mueca… ese día preferiría morir… o encontrarme un gran fajo de billetes, lo mismo daría.

martes, 22 de mayo de 2012

Todavía la recuerdo

Todavía la recuerdo: era hermosa. Me encantaba verla como la dueña, más que de su espacio, del momento.

Los rayos de luna traspasaban las cortinas blancas de la ventana, iluminando un cuadro fotográfico detrás suyo. Se oía claramente la voz de Freddie Mercury, aunque la música no estaba sobre los diez decibeles. El display del estéreo tenía una animación que marcaba los graves y agudos de la música: hacía juego con el momento.

La escena era más bien como un descubrimiento: al adentrarme a la penumbra, caían sobre mí las nubes de humo que hacían pesada la atmósfera. Un sonido peculiar al que hace la lumbre se hacía acompañar por un pequeño aro rojo que consumía su cigarrillo.

¡Esos labios de amargura tan atractivos! Mira cómo los presiona… mira cómo los destensa…

El humo vuelve a esconderla.

Esa piel clara, ese cabello tan obscuro.

Una nube cubre la luna y una última inhalada extingue la llama. Todo se torna invisible y yo me largo a respirar.

domingo, 26 de febrero de 2012

Oxxos y melancolía

«Melancolía» se me hace una palabra exagerada. ¿Pero qué otra puedo ocupar para esta tristeza vaga?
«Tristeza» también suena exagerado…
Tal vez sólo estaba... —Sí, estaba. Tajante la oración, pero completa la idea—.

Ya se quería ir de ahí, ¿para qué había llegado?, ¿qué diablos buscaba?
No conocía la ciudad. Era así como un turista.
Ja, ¿«turista»? ¡No! ¡Turista, no! ¡Qué exageración! ¡Si ni siquiera le gustó esa ciudad!

—Este billete es para el camión —decía mientras miraba el interior de la cartera y apartaba con un dedo el billete referido—, y estos otros dos, apenas para sobrevivir esta semana. —Y como no entendiendo lo que acababa de decir, o como aquél que está harto de escuchar, sacó uno de los tres billetes y decidido entró al Oxxo…
—Hola. Bienvenido. ¿Qué va a llevar?

Le gusta entrar a los Oxxos, todos son iguales. Se siente en confianza… como si estuviera cerca de casa.
Al abrir la puerta para salir, hizo una mueca exagerada, fruncía su rostro en un intento de proteger su vista de la luz. Ya era tarde, el sol estaba escondido tras los edificios, y, no obstante, la luz del exterior irritaba sus ojos. «Siempre olvido esas gafas, caray», pensaba mientras abría la cajetilla.

Desde hace unos meses, cada vez que fuma, no ha podido evitar recordar las letras de Guso. Siempre ríe de forma confusa cuando lo recuerda: es ridículo que siempre piense en lo mismo… ridículo, pero le agrada.
[…] se arrojan por mi boca los malos momentos del día.
 Esas palabras son las que le hacían sonreír. Recordarlas producían un efecto como de «hacerse una limpia», figurativamente hablando.

El camión se detuvo y su puerta se abrió frente a él.
—¿A dónde vas? Bien, son veintisiete pesos.
Sin buscar lugares libres, se quedó en el primer asiento que a simple vista se veía acogedor, y por su amplio tamaño lo invitaba a quedarse ahí.
—Oh. Maldita sea. Olvidé mi libro —dijo para sí mientras se dejaba caer pesadamente sobre el asiento, haciéndose de una vez a la idea de que se quedaría dormido viendo la misma línea intermitente a lo largo de la carretera.



jueves, 23 de febrero de 2012

Baños y letras libres

Ya sé que entrar a un baño público no es algo para presumir…, pero, según yo, si no es relevante leer lo que la gente llega a escribir en las paredes, es muy entretenido y hasta divertido.
Lo bonito de esas paredes es que, si el dueño de los baños no tiene dinero para pintarlas, ¡nunca hay censura! Lo que abunda más son números telefónicos y groserías que buscan agredir a quien las lea. Se encuentran también conversaciones respecto a gente de lugares aledaños:

—El Gabo ni sabe jugar futbol.
—Sí, ¡se burla solo!
—¡Sólo toca el balón con su cara!
—¡Tráguense ésta, culeros! .|. eL GAb0 zthuv0 aki.

Podemos encontrar que la gente aconseja cada cosa:

—Mastúrbense.

Y la gente animosa sí responde:

—¡Ah, puerco! Pinta tu cola.
—Ya. Se sintió chido.
—Ya ni me voy a sentar aquí. D:
—No lo había pensado, pero ya que lo dices…

Existen agresiones dirigidas hacia los líderes políticos.

También hay quienes redactan versos para el baño, muy populares por cierto:
No hay placer más exquisito
que cagar bien despacito.
En este lugar sagrado
el que de escribir versos se acuerda
no me vengan a decir
que es un poeta de mierda.
Tanto desestrés, caray. Cada frase cargada de intensidad, de ganas de liberar algo. Lo que más me llamó la atención fue una frase que con desenfado decía «Hola a todos. Tengan un muy bonito día». Me hizo sentir mal como persona.