Seguro de que todo el mundo alguna vez en la vida ha comparado la verdad en las palabras con el oro, para representar, entre varias cosas más, la belleza de la honestidad con algo que se pueda admirar ante los ojos.
Lamentablemente sé que también muchas veces las mentiras son captadoras de mi total atención y considerablemente hipnotizantes. Ahí está la clara lección nahua que asimila a la mentira con una mariposa: las mentiras, por ser vacías, no tienen peso; las mariposas, por ser ligeras, tampoco lo tienen. Por el contrario, la verdad, como el oro, tiene peso por su razón toda de ser; además, la verdad, por más cuestionada y presionada que sea, resultará ser auténtica en cualquiera de sus situaciones, lo mismo que el oro, que con cualquier mordedura se comprobará su legitimidad: ambos, tan maleables como se quiera, y tan genuinos cuando se quiera.
Para satisfacción de algún deseo, soy capaz de entregar tanto valor como el que crea necesario para ser bien merecido y bien correspondido. Malo es que hay quienes carecen del valor necesario para corresponder con lo que desean, hay quienes mienten para obtenerlo. Uno, engañado por su brillo, es capaz de entregar algo a lo que se da el valor mismo del oro; engañado por su brillo, se da mucho sólo por oro de los tontos.
En este momento sé que, por más pirita que me entregues y por más brillo que me expongas, no aceptaré un cambio más. Desde este momento date por enterado de que tus mentiras, como la pirita, apestan como huevo podrido, incluso si le echas un gramito de verdad.
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