jueves, 3 de marzo de 2016

Gran reino pequeño

Durante las primeras horas de la tarde hay un sol tan radiante que hasta juraría que todo a la vista no podría ser más claro. Todo aparece magnífico a la vista: una iglesia con una fachada blanca y reluciente, que diría yo es toda hecha de mármol, de no saber antes que está compuesta sin embargo de cantera; frente a ella, una cebra peatonal, ya desgastada, pero con unas manchas amarillas saturadísimas e iluminadísimas, que el contraste con el pavimento negro las hacía ver intencionalmente dibujadas de esa manera; un árbol asomándose por el filo de una barda desde el interior de una propiedad, cuyo follaje, manchado por la contaminación del constante tránsito vehicular, aparecía con un verde intensamente vivo, irguiéndose a lo alto, como queriendo alcanzar el totalmente limpio e inmenso cielo azul.

Al cruzar la calle y andar en la banqueta, se pierde repentinamente la claridad de lo visible y se adentra en una sombra profunda, que da la ilusión de pasar a un lugar distinto del que se caminaba. Se ofusca la vista, pero vuelve a la normalidad al pasar el encandilamiento. Un establecimiento de revistas extendido a más de lo que el puesto ocupaba en cuanto a espacio era lo que producía el refugio a tan incesante luz solar. Tablas sobrepuestas en cubetas y lazos de cuatro metros son improvisados como mostradores para su mercancía. Sobre el apartado de manualidades, una radio portátil empolvada haciendo sonar una melodía de algún tenor que seguramente no conozco; un poco más allá, un cenicero con contenido desbordando sobre los periódicos; y, al fondo, un señor corpulento, más bien gigantesco porque, incluso sentado, alcanzaba la estatura de quien está de pie. Su antebrazo derecho recargado sobre el muslo, y su pesada mano izquierda, sosteniendo un cigarrillo, difícil de notar por el grosor de sus dedos, recargada sobre la rodilla; una mirada atenta, penetrante, esperando alguna acción, pendiente, pero amenazadora según como la descifra el observado.

El tenor realiza un falsete, el viento sopla y la sombra fresca congela el aire, la mirada obstinada… todo crea tensión y el conocimiento de que ese espacio no es de cualquiera, sino del que posee su atmósfera tan acondicionada ocasiona que se advierta el tiempo de abandonar: salir a luz dura que invisibilizará todo aquello que dentro de la sombra se encuentre.