No se trata ni de amor ni desamor, solo de no amor. No se trata de estar viviendo en ese momento, sino de conseguir dinero para vivir después. Porque así es más fácil vivir de verdad, ¿cierto?
Este lugar aburre. O al menos tratamos de pensar que es así, para no dar pie a ideas peores que provoquen mayor desesperanza. Día a día es exactamente lo mismo, pero también cada día se siente menos. Creer eso facilita las cosas. Es que las reacciones son las que disminuyen, se muestran con menor frecuencia, y únicamente nos queda ahogar toda esa repulsión que podría ser gritada a la menor provocación.
Todos aquí encontramos un escape: algunas personas creemos que vale más el dinero y lo que se puede hacer con él que solo lo que somos y el cuerpo que portamos; otras personas creen que es todo lo contrario, y que con el dinero pueden encontrar el valor del cuerpo que pudieron encontrar y poseer, mas no tener.
Esta repulsión reprimida hace pensar en aquellos con dinero como animales que lo botan adonde sea para recibir lo que en la cotidianidad no encuentran y satisfacer esos instintos más primitivos. Y como ese dinero es realmente valioso, hay que recogerlo regalando sonrisas, esas que no salen del alma, esas que hacen que nos duela el rostro por ser expresiones antinaturales.
No es de interés de nadie saber por qué razón respiran esas cosas, pero aquí vamos a preguntarles dónde viven y otras cosas que los hagan sentir importantes. Todo lo que reciban hará que se derramen esos billetes.
Cuando estos animales comienzan a querer contacto físico, a besar, solo queda cerrar los ojos para imaginar que en su lugar está alguien más, alguien real, y para que, por alguna razón, crean que ellos son los únicos que nos hacen sentir bien y sientan que pertenecen a alguna parte. Pero aquí solo pertenece su dinero, ellos no, ellos se acabarán yendo, el dinero se queda. No pertenecen a ninguna parte. Saben que son rechazados, saben que nadie los quiere. No es que sean rechazados por ser feos, por tener problemas óseos, por deformidades; sino que también su alma está podrida, su forma de pensar es horrible y su visión del mundo es tan cerrada, que no cabe nadie más en ese inmundo ritmo de vida.
Sabemos de su animalidad, la entendemos. Nos exponemos para atraer miradas, para que la atención esté en los cuerpos y no en la protección de sus carteras. Hay música de fondo y, aunque no sepamos siquiera bailar, nos movemos simulando contoneos que incitan las miradas más penetrantes de estos espectadores. Cuando una persona se sabe vender, también se sabe mostrar. Es bochornoso, es tiempo de no ver a nadie, de desviar la mirada, de quitarse la ropa tratando de no saber quiénes fueron los que centraron su atención.
Están en un punto en el que piden estimulación. Porque estos animales están tan concentrados en lo que sienten, hay oportunidad de relajar el rostro y quitar esa sonrisa tan lastimera, de mirar a otras partes tratando de imaginar que uno no está ahí, que no existe. Se hace lo que se pide. Que el cuerpo se muestre feliz, aunque haya un nudo en la garganta que desgarre nuestra integridad.
Al amanecer, unos intentarán recordar; otros, tratar de vivir.