Helo allí, yaciendo sobre su lecho, echado sobre su costado izquierdo, mirando fijamente… hacia la nada…, hacia sí mismo: sus recuerdos. No es que quisiera recordar, sólo quería dormir y ya no saberse solo o abandonado, que, para el caso, es lo mismo. No es que quisiera recordar, sólo no paraba de pensar en el mar de circunstancias que lo llevaron a ese punto, a su soledad inmensa—porque, para algunas mentes, la inmensidad tiene límites y lapsos—. No es que quisiera recordar, sólo no puede evitar añorarla.
Helo allí, pensando en que los escritores de todas las canciones que escuchaba hubieron, en su momento, pensado en ella también. Sólo quería que esa voz que extrañaba tanto le dijera que todo estaría bien, que todo seguiría como antes, mejorando. No es que quisiera recordar, sólo quería sentirse protegido entre sus brazos, pudiendo dormir con toda tranquilidad de saber que así se hundiría en la inmensidad de su amor. No es que quisiera recordar, pero anhelando eso, pensaba en cuánto amor él hubo creado en el momento de abrazarla, queriendo que nunca nada ocurriera, perdiéndose en la inmensidad de amor que existía mientras era consciente de que velaba sus sueños. Pero, como dije antes, para algunas mentes… la inmensidad tiene límites y lapsos.