domingo, 26 de febrero de 2012

Oxxos y melancolía

«Melancolía» se me hace una palabra exagerada. ¿Pero qué otra puedo ocupar para esta tristeza vaga?
«Tristeza» también suena exagerado…
Tal vez sólo estaba... —Sí, estaba. Tajante la oración, pero completa la idea—.

Ya se quería ir de ahí, ¿para qué había llegado?, ¿qué diablos buscaba?
No conocía la ciudad. Era así como un turista.
Ja, ¿«turista»? ¡No! ¡Turista, no! ¡Qué exageración! ¡Si ni siquiera le gustó esa ciudad!

—Este billete es para el camión —decía mientras miraba el interior de la cartera y apartaba con un dedo el billete referido—, y estos otros dos, apenas para sobrevivir esta semana. —Y como no entendiendo lo que acababa de decir, o como aquél que está harto de escuchar, sacó uno de los tres billetes y decidido entró al Oxxo…
—Hola. Bienvenido. ¿Qué va a llevar?

Le gusta entrar a los Oxxos, todos son iguales. Se siente en confianza… como si estuviera cerca de casa.
Al abrir la puerta para salir, hizo una mueca exagerada, fruncía su rostro en un intento de proteger su vista de la luz. Ya era tarde, el sol estaba escondido tras los edificios, y, no obstante, la luz del exterior irritaba sus ojos. «Siempre olvido esas gafas, caray», pensaba mientras abría la cajetilla.

Desde hace unos meses, cada vez que fuma, no ha podido evitar recordar las letras de Guso. Siempre ríe de forma confusa cuando lo recuerda: es ridículo que siempre piense en lo mismo… ridículo, pero le agrada.
[…] se arrojan por mi boca los malos momentos del día.
 Esas palabras son las que le hacían sonreír. Recordarlas producían un efecto como de «hacerse una limpia», figurativamente hablando.

El camión se detuvo y su puerta se abrió frente a él.
—¿A dónde vas? Bien, son veintisiete pesos.
Sin buscar lugares libres, se quedó en el primer asiento que a simple vista se veía acogedor, y por su amplio tamaño lo invitaba a quedarse ahí.
—Oh. Maldita sea. Olvidé mi libro —dijo para sí mientras se dejaba caer pesadamente sobre el asiento, haciéndose de una vez a la idea de que se quedaría dormido viendo la misma línea intermitente a lo largo de la carretera.



jueves, 23 de febrero de 2012

Baños y letras libres

Ya sé que entrar a un baño público no es algo para presumir…, pero, según yo, si no es relevante leer lo que la gente llega a escribir en las paredes, es muy entretenido y hasta divertido.
Lo bonito de esas paredes es que, si el dueño de los baños no tiene dinero para pintarlas, ¡nunca hay censura! Lo que abunda más son números telefónicos y groserías que buscan agredir a quien las lea. Se encuentran también conversaciones respecto a gente de lugares aledaños:

—El Gabo ni sabe jugar futbol.
—Sí, ¡se burla solo!
—¡Sólo toca el balón con su cara!
—¡Tráguense ésta, culeros! .|. eL GAb0 zthuv0 aki.

Podemos encontrar que la gente aconseja cada cosa:

—Mastúrbense.

Y la gente animosa sí responde:

—¡Ah, puerco! Pinta tu cola.
—Ya. Se sintió chido.
—Ya ni me voy a sentar aquí. D:
—No lo había pensado, pero ya que lo dices…

Existen agresiones dirigidas hacia los líderes políticos.

También hay quienes redactan versos para el baño, muy populares por cierto:
No hay placer más exquisito
que cagar bien despacito.
En este lugar sagrado
el que de escribir versos se acuerda
no me vengan a decir
que es un poeta de mierda.
Tanto desestrés, caray. Cada frase cargada de intensidad, de ganas de liberar algo. Lo que más me llamó la atención fue una frase que con desenfado decía «Hola a todos. Tengan un muy bonito día». Me hizo sentir mal como persona.