lunes, 9 de mayo de 2022

Dos treinta de la tarde

Dieron las 2:30 de la tarde. Todos apresurados cerrábamos las mochilas, como si pudiéramos por fin fugarnos rápidamente de la escuela. Era tiempo de lluvia. En todas las entradas de los salones se veía a los compañeros apretujados esperando a que el aguacero cesara. A nuestro grupo, que no se caracterizaba por ser el más tranquilo, solo le bastaba con que el más grandulón quisiera salir, para empujar al más despistado hacia afuera y dejar libre el paso. Todos salimos y jugamos a patear el agua de los charcos entre nosotros.

La mayoría de mis compañeros vivía en pueblos cercanos al mío. Uno de ellos, el que más batallaba, todos los días calzaba unas botas de hule: tenía que cruzar un par de cerros para llegar a su casa. Él simplemente no entendía por qué me impresionaba cada vez que me contaba su travesía. Otros cuantos, vivían en dirección opuesta, a ocho kilómetros de distancia. Se pusieron felices cuando en la escuela les regalaron unas bicicletas; sin embargo, no las podían usar porque era imposible pedalearlas con el pavimento mojado.

Apolinar a veces me dejaba montar su caballo. Una vez el terco animal decidió posarse a mitad de la calle. Mi amigo, después de reírse a carcajadas, lo redirigió a la orilla cuando vio mi desesperación al obstruir la vialidad. Solo había un par de coches, pero me pareció a un embotellamiento.

Solía regresar a casa acompañado de Efraín y Enrique. No teníamos nada en común. Me encantaba escucharlos hablar de las muchachas que les gustaban y de la música que estaba de moda, en el pueblo, claro. Yo le contaba a Enrique sobre la que me gustaba a mí. No olvido que al principio me respondía con que ella no era nada agraciada, pero, de tanto que hablé sobre lo encantado que yo estaba, terminó por también gustarle. Después de cierto tiempo, me confesó que la conquistó con una rosa. Diario en las tardes nos vemos en el mirador, comentó. El pobre sufrió mucho de angustia al contarlo, cosa por la que sigo agradecido. Recuerdo que sí me incomodó un poco, pero no lo suficiente como para crear un problema por ello: para entonces, ya me gustaba otra chica. A ella sí que no pude superarla. Me contaron que ya salía con otra persona, razón por la que yo solo me alejé de ella. Conocí el dolor de adolescente y el llanto que conlleva.

Solo me arrepiento de haberme rendido sin nunca haber intentado nada. Años después, cuando vivía ya fuera del pueblo, me dijeron que todavía preguntaba por mí.

domingo, 23 de junio de 2019

Visita

Era medio día: el cielo azul y todo resplandecía en rededor. Por esa razón, cuando más concentrado estaba en mis labores, me desconcerté al percibir que el fulgor de las cosas se opacaba, y todo se reducía a una penumbra, como si las nubes hubieran llegado rápidamente y acarreado una repentina lluvia. La luz disminuía a la par que mi mirada se dirigía al cielo. El cielo tan negro como la noche, con las estrellas más brillantes que nunca antes hubiera yo recordado. Al bajar la mirada, distinguí a alguien acercándose, con unos gestos relajados, actitud que me brindó confianza entre la abrumadora incertidumbre que me provocó la situación.
“Quiero decirte que estoy bien”, me dijo con una sonrisa tranquilizadora. Su tez clara y su aspecto güero ahora parecían más rubios que antes: como si toda su esencia hubiera absorbido la claridad que había momentos antes. “También quiero que se lo digas a mi mamá. Que ya no esté triste, para que yo deje de estar al pendiente y pueda irme sabiendo que todo está bien”. Rio casi para sí, con sus amorosos ojos de azul inmenso, que probablemente capturaron el cielo del mediodía.
Mis ojos se nublaron. Creo que me abrazó. Tallé mis lágrimas, y al distinguir nuevamente, él ya estaba lejos caminando de regreso al lugar de donde vino. Las estrellas se iban con él: creo que eran sus testigos. Se devolvió la luz. Sonó el despertador.

martes, 5 de junio de 2018

Viajes y recuerdos

¿Está lloviendo en Veracruz? Le hago la pregunta porque por acá se han estado asomando las nubes desde hace algunos días. Ojalá que llueva: la siembra ya lo necesita. El tiempo ha estado muy raro porque, por ejemplo, en mayo hubo heladas, y se supone que no debería, sino que se siembra para aprovechar el calor. Al terminar abril llovió durante unos días: pensábamos que ya iban a empezar los tiempos de aguaceros, pero no fue así. Mira esa milpa: la parte amarilla son hojas quemadas por el hielo. Si llueve pronto y constantemente, esas plantas van a recuperarse; si no, puede que ya no se obtenga lo que se quería, incluso hasta se pierda. Cuando la siembra va bien, puede ganarse mucho, pero cuando no, las pérdidas económicas también son grandes. Recuerdo que en los ochenta yo sembraba cebada. Llegué a vivir en un pueblo que está detrás de ese cerro. Un señor me ofreció unas tierras, me daba las semillas para empezar y yo tenía que venderle toda la cosecha. Salía en caballo desde el pueblo hasta la estación del ferrocarril: eran 17 kilómetros. El caballo, a trote normal, se tardaba entre dos y tres horas en llegar. Yo abordaba el tren y me entrevistaba con el señor hasta llegar al Puerto. Ahí me daba dinero para los gastos del campo, pagarle a los trabajadores y lo que se fuera necesitando. Antes no había problema de que te asaltaran en el camino. Traíamos el arma, pero la escondíamos con el abrigo, y nadie se alarmaba. La gente lo veía muy normal porque la usábamos únicamente si había necesidad: nunca la hubo. No como en estos tiempos: en Libres unos señores asaltaron a unas personas, el pueblo los atrapó y se los entregó a la policía. Los policías los soltaron y, entonces, el pueblo se enfureció y hasta quemó la comandancia. Ya los que tienen poder no administran: buscan la manera de entrar al mando para, con sus compinches, formar equipos de robo y saqueos al país. Donde quiera está así. Si no nos organizamos, nadie nos va a cuidar. Los militares hace poco me registraron el arma, sin más, pero sé que ahora, si la policía te ve con un arma, te asigna cargos que nunca se cometieron, como robos y violencia, pero a sus protegidos delincuentes solo los detienen por un día o dos. Hasta se burlan. Antes no. El señor me daba el dinero, y yo llegaba intacto hasta el pueblo y podía repartirle el pago a todos los trabajadores. Trabajar en el campo es muy cansado, pero es lo más sano que se puede hacer: uno no se enferma y, a la vez, curte su cuerpo. Recuerdo que solía tener un físico muy trabajado. Ahora ya no trabajo porque todos mis hijos ya formaron sus vidas. En este momento voy a ver a una de mis hijas en esta ciudad a la que estamos llegando. Que tenga un buen camino.

miércoles, 22 de marzo de 2017

¿Pero dónde está Dios?

¿Por qué crees que Dios te ha abandonado? Qué tonto. Si sigues así, creerás que no existe, pues no lo vas a hallar en ninguna parte. No busques más: no está en el aire que respiras, no está en las estrellas ni sobre las nubes; no está en las iglesias ni en las pirámides; tampoco está en tu mente ni dentro de ti. Vaya cosa. Deja de depender de todo. Dios eres tú. Basta de actuar como un parásito que no cesa de pedirle a la vida: no eres una cría, sino Dios. Ya no sigas manadas. ¿Ahora te sientes solo? ¿Desamparado? No eres el único. Tú, yo y ellos somos Dios. Dios, Dios, Dios, Dios. Dios. Observa. Crea. Aprende. ¡Despierta!

viernes, 19 de agosto de 2016

Dalias

Esas dalias que te despiden en la mañana con solo botones,
           y te saludan en la tarde con flores que parecen soles.

Y muchos todavía siguen buscando a Dios en los templos…

jueves, 21 de julio de 2016

Perdición

—Creo que cuando estás en tu juicio ni me gustas ni me llamas la atención…, pero cuando estás borracho, bien que me atraes.

Y, desde entonces, siempre llegaba ebrio a visitarla.

martes, 19 de julio de 2016

Niños libertadores

—Papá, yo tengo una idea.
—¿Cuál es tu idea, mijo?
—Pídele perdón a los policías… para que ya te dejen salir.
No pudo responder. Únicamente las lágrimas brotaron de sus ojos.